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jueves, 16 de junio de 2011

El cachorrito de león


     Llamó al pequeño al jardín y se acostaron en el pasto mirando el cielo nublado. Martín sugirió buscar nubes con formas divertidas, pero Roberto le contestó que al ser un día repleto de nubes sería muy difícil encontrar una que se diferenciara del montón, a lo que el primero respondió “Lo tomaré como un desafío”.
     Luego de un buen tiempo el mayor replicó:
-Tenemos que hablar de algo muy importante
     Y Martín, sentándose con somnolencia sobre sus piernas respondió:
-Claro papá, te escucho
     Martín era un pequeño de 10 años, pero aún así era muy maduro para su edad. A punta de soledad debido al extenuante trabajo de sus padres, pasaba mucho tiempo en casa con la nana, Isabel, que no hacía más que planchar, lavar, cocinar, limpiar, y esas cosas que hacen las criadas del hogar, pero jamás hablaba con Martín, le tenía un respeto que parecía más miedo. Llegaba temprano del colegio y después de terminar las tareas se sentaba a jugar con sus autos de carreras marca Hot Wheels, en la escalera y de vez en cuando salía al patio. No tenía muchos amigos, pues vivía en una pequeña parcela a media hora del resto de la ciudad y del resto de los vecinos.
     Últimamente los tiempos habían sido duros en casa. Isabel había cogido un virus extraño del que hablaban en la televisión todos los días, así que desde hace un mes estaba ausente. Sus padres peleaban cada vez que se encontraban en el hogar. Antes solían preocuparse de que el pequeño no escuchase sus problemas, pero ahora no les importaba sacarse en cara los problemas del banco, las deudas, los espacios, las amigas, los amigos, la secretaria, el primo y todos los defectos y preocupaciones, en plena mesa durante la once o el almuerzo.
     Martín con inocencia pensaba que sus padres aún se amaban, y quizás si él se portaba bien les evitaría una disputa cada semana. Pero no era así, aunque hiciera las tareas y no hablara durante todo el día, de todas formas escuchaba su nombre salir de la boca de alguno de sus progenitores, pero jamás escuchaba qué venía después de él, pero alguien siempre terminaba llorando.
     Aquella tarde de Agosto, Roberto le contó:
-          -  Hijo, presta mucha antención e intenta comprender-inhaló hondo y comenzó-. Tu mamá y yo, como has notado, peleamos mucho y es porque no podemos solucionar juntos los problemas que se nos cruzan en el camino. Por lo cual yo tendré que mudarme. Hoy mismo parto a Calama a trabajar en la minería. Tú deberás quedarte con tu mamá, porque eres un pequeño hombrecito, después crecerás, y tú deberás cuidarla a ella. Nos veremos cada vez que pueda viajar a visitarte, pero puedes escribirme todas las veces que quieras por correo, le pides a tu madre ayuda para enviarlo.
-Nos... Abandonarás?- preguntó intentando comprender-.
-No Martin, no ¿Cómo puedes siquiera pensar eso, hijo? Sólo iré a trabajar al norte del país pero seguiré siendo tu padre, que no viva contigo no significará que deje de serlo. Por eso estoy aquí, para explicarte cuánto te amo y que aquello no cambiará aunque nos separen 12.000 Km.
-Está bien
-Pero recuerda, por sobre todas las cosas, ser un buen chico. Recuerda que la vida es muy bonita y que siempre hijo, escúchame bien, siempre puedes hacer un cambio en ella, que siempre le podrás encontrar un lado positivo, y que siempre habrá una luz que brillará cuando estés abierto a buscarla y hagas algo por merecértela. No te ha faltado, no te falta, ni te faltará comida, ni ropa, ni juguetes, pero debes saber valorar eso día a día, aunque es poco probable, podrías llegar a perderlo. Quiere a la gente y confía en ella, y si te fallan dales otra oportunidad, porque somos todos seres humanos y podemos equivocarnos, mientras sean errores y no maldades, tenemos todos derecho a ser perdonados. Lo que más lejos te llevará es el amor Martincito, el amor hacia tu familia, tus amigos, tus profesores, tus tíos, pero sobre todo, el amor hacia ti mismo, porque te dará la confianza para arriesgarte por aquello que deseas, te dará la fuerza y ayudará a que no flaquees en tus debilidades. Recuerda estas cosas hijo, son esenciales en tu vida, de aquí en adelante deberás aprender a aplicarlas día a día, y yo no estaré aquí para recordártelas, por lo que las debes haber entendido hoy.
-Sí pá
     Se abrazaron fuertemente y Roberto comenzó a llorar. Le daba pena el pensar que su hijo no se desarrollaría como todo niño, con dos padres que se aman, con una familia feliz y común. Ni siquiera tenía algún hermanito con el cual compartir juegos, penas y risas. Pero era demasiado tarde para darle un hermano. Ya se acerca la hora de partida pero las lágrimas y el pecho apretado, el estómago contraído y las manos sudorosas no le permiten despegarse de su primogénito.

     Se imaginó a su hijo llorando en la pieza, sintiéndose solo. Se lo imaginó despertando en la noche de una pesadilla, asustado, con miedo y no poder estar ahí para consolarlo y acariciarle el cabello hasta que volviese a dormir. Ya no lo iría a buscar al colegio a la 1, comprarle un Kapo antes de partir a casa y preguntarle cómo le había ido. No vería cada mañana sus ojos hinchados por el sueño y desayunando leche con Chocapic. No vería día a día sus ojos brillantes que sonreían junto con las margaritas de sus mejillas. Pero era una decisión ya tomada, y al fin y al cabo, lo mejor que podía darle a su hijo en ese momento, era un hogar con tranquilidad y un sustento económico para que no tuviese carencias.
Besó a Martín en la frente y lo llevó dentro de la casa, a su pieza. Buscó en su cajón un sobre amarillento del cual sacó una fotografía impresa dos veces en la cual salían los dos juntos una vez en verano en que habían lavado el auto con la manguera del jardín. Le dio una y guardó la otra en el bolsillo de su chaqueta.
-Adiós pequeño hombrecito
-Papá, papá!- gritó Martín persiguiéndolo por el pasillo- vi una nube por la ventana, tenía forma de cachorrito de león, será el cachorrito que nos cuide
-Pero hijo, aquí no hay leones
-Papá, en el cielo están los sueños ¿no? Eso me dijiste una vez
     Roberto volvió a quebrarse, pero prefirió aguantar un poco más, no debía mostrar dolor frente al pequeño, se suponía que le daría la alegría de saber los secretos de la vida:
-Te amo con todo mi corazón
-Yo te amo más papá
     Y Roberto marchó. Martín fue a la cocina, tomó un vaso de leche con chocolate. Y cuando volvió a su pieza, lloró hasta quedarse dormido.





domingo, 22 de mayo de 2011

Walls are tired

         The lonely vintage girl sits on the black and white floor on the corner of her kitchen and starts thinking, she's sad but doesn't matter she no longer trust in humans. Why people always betrays her? Why she gives everything about herself to help her friends and community even though sometimes she doesn't know them and then they doesn't seem to care about her? Disappointment every time, everywhere. So hurt, so sad, happiness come and get her! Pick her from the floor and take her to the sky, flying far away from pain.
          Walls are tired of listening your crying girl, try using the bathroom ones. Try listening to your strange music from your colorful iPod and if it makes you feel worst, then turn it off, but first try. You know what Oasis says 'Stop crying your heart out'. I came all across the corridor 'cause I heard you from my department. I don't hate to be your neighbor, you know I don't, but it's hard to console you when someone breaks your tiny and fragile heart when we both know I could cure it and love it for the rest of our special lives.
          Don't throw away inanimate things, they are not guilty of the mistakes of living ones, they don't deserve to be broken you'll regret it later. Poor porcelain duck, goodbye forever. Stop crying please.
Your skirt is splashed with chocolate milk, go and wash it, we can go together. STOP CRYING I SAID!
          Ok, I didn't mean to be that rude, but is because I don't know what to do when people cries, I feel sorry but can't fix it, can I? No, i think I can't. Once you told me that 'only the ones that break a heart are available to repair it the right way'.
          Come here, stand up. Take me a picture with your big big camera, the ones that you know how to take, with that mystical magic and eccentric and tender colors.
          Let's make a cup of coffee so we can talk about what you're thinking know... You don't want to? Ok I understand but, are you sure? 'At least this time, yes'.

viernes, 8 de abril de 2011

Mientras llovía, yo entré.


     Lentitud. Nada avanza. Botón. Pizarra de anuncios; clases de yoga. Puerta. Piso 15. Ventana. Señora. Botón. ¿Qué tanta carga puede soportar alguien de 1.57 mts.? Verduras y papeles. Guitarra al suelo. Correa al hombro. ¡Buenos días! Canas. Pañuelo y su respectiva nariz. Piso 4. Adiós. Macetero en el pasillo; son Camelias Japónicas. Piso 7; botón. Abrigo verde esmeralda. Voy subiendo. Ok. Botón. Piso 10. Sí. Sí, mucho frío estas semanas. Se conservan rojas pero caen con el viento. Lentes burdeo. Suena mi celular. No, equivocado. Piso 15. Buenos días, adiós. Tapete de bienvenida. ¿Dejará de llover  durante el día? Los perros deberían comer comida para perros. Cubrecama rosado pastel. Timbre. ¡Sal! ¡Sal de aquí! Quédate en el balcón pequeño can. Sí, soy yo. Ojos marrones. A final de mes me pagan, lo juro. Amargura en la boca. Otra vez arroz y pollo. Tengo prueba de anatomía mañana. Luces rojas y sirenas. Gritos. Esto de vivir en una Avenida. Cepillo de dientes. Libro de anatomía. Sin mi taza de café no soy nada. Hola, llamaba para saludar. Nunca quise al primo Jorge. Me sentiría mal si no compro los pasajes en esta ocasión. La familia es la familia. ¿Cómo era el número? Estoy en bancarrota. Llamaré en cuanto sepa, buenas tardes. Aire acondicionado. Los cigarros ya no son los de antes. Y yo que le tenía miedo a las alturas. Poco que hacer, es fin de semana. Corbata, fuera. Woody Allen no me falles hoy.  ¿Comprar las películas? ¿Para qué? Me había olvidado de ti; entra, está helado afuera. Descargando película. Odio cuando esto sucede. Bueno, dormir siempre es una muy buena opción.

sábado, 26 de febrero de 2011

Cardenal rojo


     Caminé atravesando el patio a  pasos agigantados. Entré a mi casa y subí corriendo las escaleras. Llegué a mi pieza y corrí el mueble de la televisión para que tapase la puerta y nadie pudiese entrar ¡cómo desearía tener un pestillo!  Me senté en la orilla de la cama mientras me sudaban las manos, no sabía qué hacer.
     Mi mamá siempre me había inculcado que mentir era malo y me castigaba a golpes cuando me pillaba una mentira, lo hacía por mi bien, porque me quiere. Pero soy necia, terca e inmadura y es aquella misma inmadurez la que me llevó a mentirle a mis amigas diciendo que no podría ir a la playa porque era alérgica. Pero fue porque ir a la playa es mucho más que sentarse a disfrutar el sol, es usar poleras con mangas cortas, es sacarse los guantes y mostrar brazos y piernas. Yo no quería eso, no lo quiero ahora tampoco, que muñecas más feas tengo.
      Es la misma inmadurez la que me llevó a decirle a mi mamá que estaba en el colegio estudiando, no debería haber huido, me pilló en el centro de la ciudad y me miró muy feo. Cuando vuelva a casa me golpeará, con su correa enrollada alrededor de sus dedos, lo sé. 
     Me subí un poco la falda y comencé a rasguñarme los muslos, cada vez más fuerte hasta que mi piel se comenzó a poner rosada, luego roja y después con esos puntitos pequeños más rojos aún que le seguían. ¿Y si me escondo? ¿Y si huyo? Alguna amiga me podría recibir en su casa durante la noche hasta que mamá se calme un poco. Desde que tengo uso de razón ha sido muy sobreprotectora conmigo así que verme haciendo ‘cosas que no debo’ son actitudes que ella no tolera. Aunque si no llego a dormir se podría preocupar mucho, no quiero que se angustie. Si me escondo en la casa me buscará hasta encontrarme.
     Me levanté de la cama, corrí el mueble y caminé hasta el baño. Me miré al espejo, se notaba la preocupación en mi rostro. Desearía ser como uno de esos pajaritos que vi ayer en un documental, eran libres y despreocupados, alegres. Cardenales rojos se llamaban. Había uno en particular que me llamó la atención, era rojo, intenso, sangre.
     Si huyo o me escondo, me golpeará más fuerte aún cuando me encuentre. Y al fin y al cabo me lo merezco, no debo mentirle a mamá. ¡Castigo!, sí, eso es lo que merezco, soy la oveja negra de la familia, un desperdicio de esfuerzo y cariño. Muchas veces pienso que no merezco tener a la madre que Dios me dio. No merezco a la mujer que espera por mí en el living de la casa hasta que yo llegue de las fiestas, no merezco los golpes que sólo buscan ayudarme a enderezar mi camino, no merezco sus palabras que me guían por la senda  del Señor orientando mi caminar, ni merezco  que me haga respetar todas sus reglas para que yo no sea una cualquiera. Ella intenta hacerme mejor persona porque no quiere que sufra con este cruel mundo que, tal como ella dice, busca dañarme y herirme. No merezco que ella quiera tenerme siempre a su lado, porque me ama.
      Tomé la rasuradora que estaba junto al cepillo de dientes y comencé a cortarme. La sangre brotó por mi antebrazo izquierdo y se consumó en una gota que colgando de mi codo se liberó y cayó al lavamanos. Cerré mis ojos y alcé mi cabeza, me estaba despejando. Sentir el hormigueo es para mí un pedazo de cielo, pero a la vez es el infierno las huellas que deja. Me tomó unos pequeños cortes para que mi mente se aclarara. Me lavé y sequé el brazo y volví a mi habitación, ésta vez no bloqueé la puerta con el mueble. Me senté a la orilla de la cama mientras miraba mi brazo que seguía expeliendo sangre de a poco.
      Cuando llegue ella dejaré que me golpee, no negaré nada de lo sucedido, le diré la verdad. Quiero enmendar el error, si fuera posible. Pondré la otra mejilla, y la otra, y la otra de nuevo, así aprenderé al fin. Porque sé que lo único que quiere, es que yo sea una mejor persona.

jueves, 24 de febrero de 2011

Dulce marcha, el fuego en tu corazón.


     Me froté las manos, faltaban sólo minutos para que subiera al escenario. Era una noche fría, pero el ambiente era cálido. La gente estaba sentada en mesas de a cuatro personas  y sus sillas apuntaban hacia el escenario, me hubiese gustado que estuvieran parados porque es así cuando sientes el cansancio y prestas atención a todo lo que te rodea, pero de todas formas no hay que dejar de lado la comodidad del público.

     Un joven bien motivado me presenta y me invita a pasar al escenario. Entro por el lado izquierdo y tomo mi guitarra, el público aplaude pero no deberían, aún no toco, pero muchas gracias. Comienzo dedicando mi canción a todos aquellos personajes que creen que pueden comprar personas, cielos, rabia, incluso que pueden comprar un país. Y después de unos segundos de aplausos comienzo con el primer acorde.

     A medida que avanza la melodía cierro mis ojos, giro sobre mi eje, bajo la cabeza, estoy sintiendo cada nota, cada letra. Siento cómo mi voz le llega a los oyentes, y al abrir mis ojos los veo así, pendientes y atentos, como en una especie de transe pero al mismo tiempo se mueven levemente al llegar al coro.

“Farmacéutica, trasatlántica, trasandina
Una vida se apaga porque le estorba
Que no se muera pronto pa’ darle la vacuna
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da si se hace tira
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da pero es mentira.
Quieren millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones de alma en su inmensa cuenta
Millones de casas sobre la selva”.

     Cuando canto algunas de mis canciones desearía tener parlantes enormes y que le llegue a toda mi tierra, que se saquen las vendas que les han puesto en sus ojos, pueblo. Oigan lo que digo, lo que grito ¿No es acaso el sentimiento impregnado en mis letras, suficiente para que llegue a sus almas? ¡Despierta pueblo! Mira a tu alrededor, mira tu tierra, de donde naciste, observa lo que le hacen día a día, lo que le quitan y lo malo que le devuelven. Pienso mientras comienzo a cantar De la tierra.

“Un hombre cae por la bala del gobierno
su voz le reclama que recobre el aliento,
su voz le reclama que recobre el aliento.
Ese hombre es de la tierra, ese hombre es del volcán,
ese hombre es lo que tú nunca tendrás”.

     Entre aplausos hago una pequeña reverencia y me retiro. Detrás de bastidores se me acercan personas  a decirme que les gusta mi música y mi mensaje, y para cualquier cantante, eso es lo más importante y gratificante. Sonrío, me despido y me retiro. Los de mi banda se van cada uno a su hogar, ya habrá otro momento para celebrar.

     Llego a mi departamento, sumamente cansada y me acuesto en mi cama. Así no más, no me quito la ropa, sólo me desabrocho las botas y me recuesto en plena oscuridad. Siento algo dentro de mí, no es algo que quema, pero definitivamente es un calor dentro creo que se me podría pasar al gritar fuerte, pero no quiero que se me pase. De todas formas creo que es algo que se podría salir por mi garganta, pero no es material, es sentimiento ¿Será orgullo? Es probable. Pero más bien creo que podría ser el espíritu mío que ahora sabe, puede provocar un cambio en la gente. No sólo quiero que apoyen mi causa y la causa de todos en palabras, quiero fuerza y lucha por ella. Quiero que todos sigamos un camino, el de la verdad. Y sigo soñando despierta, mientras me voy quedando dormida...


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Texto que escribí  inspirada en la cantante chilena Camila Moreno luego de ver una entrevista de ella, visíta sus páginas:

lunes, 6 de diciembre de 2010

P a r 21


     Tomé su mano y la pegué a mi costado. No cruzo las calles si el semáforo está en rojo, nunca. Cambió de color y cruzamos aún de la mano, pero luego me la soltó con rapidez. No le gusta que tome su mano, creo que caminar a unos centímetros de mí lo hace sentir un tanto independiente. Se ve tan lindo hoy. Lleva unos jeans oscuros y una chaqueta azul marino. Sus ojos chocolatosos miran las vitrinas y a la gente, con soltura, sin miedo alguno. Vamos a una cita con el cardiólogo y se sabe el camino de memoria, incluso se aventura a caminar delante de mí, no sé si es por protegerme o como dije antes, su búsqueda de independencia.
      La próxima semana es el matrimonio de su prima Daniela, y aún no le he comprado una camisa, ni un vestido para mí. Como estamos adelantados en 30 minutos, irnos por un desvío no nos hará mal.
-Leonardo ¡LEONARDO!- grito varias veces pero parece no oírme. Muchas veces he tenido que gritar más de una vez  para que me oiga, porque su hipoacusia de transmisión lo limita auditivamente-. Leonar... nos iremos por otra ruta hoy ¿Te parece? Quiero comprar unas cosas y... no, no te preocupes sí alcanzaremos a llegar a tiempo.
     En la siguiente esquina doblamos hacia la izquierda por indicación mía. Noté enseguida su incomodidad puesto que es una calle por la que jamás había transitado, lo noté porque al doblar se detuvo de golpe pero luego siguió caminando aunque cada cierto tiempo miraba hacia atrás para ver si yo lo seguía. Su incomodidad se tornó en nerviosismo y sus relajadas manos, en puños apretados. No podría yo tener una conexión más intensa e infinita de la que tenemos ahora, él y yo. Puedo sentir el rápido palpitar de su corazón, puedo ver lo que sus ojos ven, puedo oler su temor, puedo sentir lo que siente, pero lo siento el doble. Él no es tonto, al contrario de lo que piensa la mayoría de la gente que, por ignorancia (prefiero creer que es por eso y no por crueldad), lo cataloga o etiqueta en aquella categoría. Él los ve a los ojos y los demás corren la vista rápido, creo que es porque se asustan o por respeto para que Leonardo no se sienta distinto, pero ya es demasiado tarde para eso. También  ha bajado la vista y va mirando el piso, con la cabeza gacha. Ya no camina tan suelto como antes ni mira las vitrinas. Damos la vuelta a la manzana y me pregunta si ya he visto lo que quería comprar, le respondo que no pero que mejor nos devolvamos porque si no, no llegaremos a la hora a la consulta del doctor, obviamente estoy mintiendo porque seguimos adelantados.
     Daría todo lo que tengo porque la gente lo viera como uno más. Nunca he estado de acuerdo con las masas que se sienten cómodas sólo con los que son iguales entre sí, todos pares.  Pero ser distinto (cuando no es por opción), duele. Me duele a mí y más le duele a él, o quizás es al revés. Cuando trato de hablar del tema con Leonardo, lo evade o simplemente se va y comienza a hacer otra cosa, no sé si es porque no sabe cómo expresar aquello que siente o porque no comprende. Realmente desearía que no comprenda todo esto, que él es distinto pero a la vez es el mismo y tiene los mismos derechos que muchos otros más. Él es alguien normal, se despierta de un largo sueño, desayuna, baila, abraza, besa mucho, almuerza, hace tareas, va a una escuela (un tanto distinta, pero va), llora, ríe, me ama y luego se va a dormir. Pero la ignorancia de la gente y el desagrado e incomodidad que le tiene a lo desconocido es algo difícil de cambiar.
     Llegamos a la consulta del cardiólogo y Leonardo relaja todos sus músculos. Nos sentamos a esperar y él me abraza con fuerza. Me hace sentir bien todo su cariño y cierro mis ojos.
     Por suerte yo sé luchar. Doy todo por él y me esfuerzo cada día porque sea la persona más feliz del mundo, dándole lo que cualquier persona de su edad desea. Él me ama, y yo lo amo profundamente para siempre, para siempre. Conozco todas sus facetas, todas sus reacciones en todo momento. Me costó un poco, no voy a negarlo, pero sin embargo yo lo quise desde el momento en que supe de él con todos sus “defectos” y todas sus virtudes. Le agradezco a Dios lo fuerte que soy, lo fuerte que he sido y lo fuerte que seré para seguir viviendo toda mi vida con mi hijo, un niño con síndrome de Down. 



domingo, 17 de octubre de 2010

Mía: Canela y Lavanda.


     Salí del baño y allí estaban. Parecían búhos quietos, tiesos, silenciosos, expectantes y ese piadoso brillo en los ojos. Me sentí realmente incómoda. Les sonreí (una sonrisa forzada) y ellos me sonrieron devuelta, mientras pretendían estar haciendo otra cosa.  Pero yo sabía que me estaban esperando, incluso le habían bajado el volumen al televisor. Ellos también sabían que yo sabía, pero querían convencerse de que no.    
     Caminé lentamente por el pasillo hasta mi habitación y sentía cómo sus ojos me devoraban a lo largo de mí caminar. Entré a mi habitación y cerré la puerta tras de mí ¡Qué asco este lugar! Me aburre demasiado, quiero volver a la escuela. Ya me sé cada detalle de mi casa, de tanto recorrerla como un espíritu ausente y liviano, porque es lo que soy, es como me siento.  Por ejemplo: la mancha en el techo del pasillo de cuando papá mató una araña, el azulejo flojo a la entrada de la terraza, la marca de plancha en la alfombra del cuarto de planchado que mamá intentaba cubrir con una pequeña mesita blanca, algunas manchas de crayones en la escalera de cuando yo era pequeña y que jamás se pudieron borrar del todo, y por último, cómo olvidarlo, las amarillentas manchas en el suelo del baño. 
    Mi pieza siempre está ordenada porque el psicólogo le dijo a mamá que “una mente sana y ordenada, se cultiva en un ambiente ordenado” y desde ese entonces no hay nunca ropa en el piso, ni zapatos fuera del closet, y siempre huele horriblemente a una mezcla entre canela y lavanda.
     Escucho murmullos, son ellos decidiendo qué hacer. Me acerco a la puerta para escuchar mejor. Hablan de lo mismo todos los días, hace exactamente dieciséis días.
-¡No entres ahí!
-Es un martirio, Raúl, debo saber si todo el trabajo ha dado frutos.
-Debes confiar en ella, prometió no hacerlo más.
-No sé cómo puedes estar así de tranquilo ¿Cómo confías tan plenamente en ella después de todo lo que ha pasado?
-¿Después de todo lo que ha pasado? Lo pasado es pasado mujer, ¡ya déjalo ir!
-¿Cómo pretendes que lo deje ir?- comenzó a llorar la nerviosa mujer-. Si cada día la veo y sigue igual de débil, sigue igual de pálida y fantasmagórica, su sola presencia me asusta.
-Me asombra tu frialdad al referirte al tema- dijo el hombre horrorizado.
-Ni sus dedos quieren volver a ser los de antes- continuó como si no hubiese escuchado-, amarillentos, curvos y esas uñas...
     Era verdad, ya nada es lo de antes. Ni física ni mentalmente. Sobretodo físicamente. Pero ya del pasado nada se puede cambiar. Me dejé llevar, me dejé arrastrar. Me esfuerzo duramente para satisfacer sus exigencias, para que las cosas “sigan su curso normal” y todo “vaya de acuerdo a lo planeado”. Pero ella no lo sabe, no lo quiere apreciar. Sin embargo, no la culpo, ella no es la culpable. Ni yo misma me tengo confianza, es más, mi falta de seguridad es lo que me llevó a esto. Lo que nos arrastró a todos al mismo infierno.
     Hago lo imposible por no decapitar al sínico de mi psicólogo, el señor Pool, Francisco Pool. Lo odio casi tanto como una vez me odié a mí misma. Pero hablo con él por ellos, todo lo que hago es por ellos. Me dicen que voy muy bien, que están orgullosos, pero me mienten. Si realmente fuese como ellos dicen, no irían al psicólogo ellos también, no leerían libros de autoayuda, no se pelearían por saber quién es más culpable, y no llorarían por separado creyendo que nadie los escucha. No saben que nadie, soy yo.
     Golpean la puerta de mi habitación:
-Ya es la hora, pero antes ¿Te las traigo con agua o jugo?
-Agua, por favor- respondo abriendo la puerta.
     Me miraba con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, pero se notaba en sus ojos que se había quebrado algo, aquello lleva roto casi un año. Me da pena que tenga que pasar todo esto por mí. Me dieron ganas de abrazarla y besarla, pero no lo hice por respeto. Sé que le doy asco. Y ¡vamos! ¿A quién no? Si yo misma me asusto al verme en un espejo. Soy apenas los huesos solitarios de la antigua regordeta rodeada de amistades.
-Listo, aquí están. Te esperamos abajo en cinco minutos.
-Está bien, muchas gracias- tomo el vaso de agua y te marchas lentamente.
     Miro los circulitos de colores en mi mano ¡son un montón! Desearía que estuviesen hechos con químicos letales, pero no es así. Y nadie muere de una sobredosis de vitaminas. Me meto la primera mitad a la boca y pienso “debo alejar estos estúpidos pensamientos de mí”
-Ésta va por papá.
     Me meto la segunda mitad a la boca, mientras recojo mi bolso, al Sr. Pool no le gusta que lleguemos tarde a sus citas. Y murmuro:
-Y ésta por mamá.