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jueves, 24 de febrero de 2011

Dulce marcha, el fuego en tu corazón.


     Me froté las manos, faltaban sólo minutos para que subiera al escenario. Era una noche fría, pero el ambiente era cálido. La gente estaba sentada en mesas de a cuatro personas  y sus sillas apuntaban hacia el escenario, me hubiese gustado que estuvieran parados porque es así cuando sientes el cansancio y prestas atención a todo lo que te rodea, pero de todas formas no hay que dejar de lado la comodidad del público.

     Un joven bien motivado me presenta y me invita a pasar al escenario. Entro por el lado izquierdo y tomo mi guitarra, el público aplaude pero no deberían, aún no toco, pero muchas gracias. Comienzo dedicando mi canción a todos aquellos personajes que creen que pueden comprar personas, cielos, rabia, incluso que pueden comprar un país. Y después de unos segundos de aplausos comienzo con el primer acorde.

     A medida que avanza la melodía cierro mis ojos, giro sobre mi eje, bajo la cabeza, estoy sintiendo cada nota, cada letra. Siento cómo mi voz le llega a los oyentes, y al abrir mis ojos los veo así, pendientes y atentos, como en una especie de transe pero al mismo tiempo se mueven levemente al llegar al coro.

“Farmacéutica, trasatlántica, trasandina
Una vida se apaga porque le estorba
Que no se muera pronto pa’ darle la vacuna
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da si se hace tira
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da pero es mentira.
Quieren millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones de alma en su inmensa cuenta
Millones de casas sobre la selva”.

     Cuando canto algunas de mis canciones desearía tener parlantes enormes y que le llegue a toda mi tierra, que se saquen las vendas que les han puesto en sus ojos, pueblo. Oigan lo que digo, lo que grito ¿No es acaso el sentimiento impregnado en mis letras, suficiente para que llegue a sus almas? ¡Despierta pueblo! Mira a tu alrededor, mira tu tierra, de donde naciste, observa lo que le hacen día a día, lo que le quitan y lo malo que le devuelven. Pienso mientras comienzo a cantar De la tierra.

“Un hombre cae por la bala del gobierno
su voz le reclama que recobre el aliento,
su voz le reclama que recobre el aliento.
Ese hombre es de la tierra, ese hombre es del volcán,
ese hombre es lo que tú nunca tendrás”.

     Entre aplausos hago una pequeña reverencia y me retiro. Detrás de bastidores se me acercan personas  a decirme que les gusta mi música y mi mensaje, y para cualquier cantante, eso es lo más importante y gratificante. Sonrío, me despido y me retiro. Los de mi banda se van cada uno a su hogar, ya habrá otro momento para celebrar.

     Llego a mi departamento, sumamente cansada y me acuesto en mi cama. Así no más, no me quito la ropa, sólo me desabrocho las botas y me recuesto en plena oscuridad. Siento algo dentro de mí, no es algo que quema, pero definitivamente es un calor dentro creo que se me podría pasar al gritar fuerte, pero no quiero que se me pase. De todas formas creo que es algo que se podría salir por mi garganta, pero no es material, es sentimiento ¿Será orgullo? Es probable. Pero más bien creo que podría ser el espíritu mío que ahora sabe, puede provocar un cambio en la gente. No sólo quiero que apoyen mi causa y la causa de todos en palabras, quiero fuerza y lucha por ella. Quiero que todos sigamos un camino, el de la verdad. Y sigo soñando despierta, mientras me voy quedando dormida...


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Texto que escribí  inspirada en la cantante chilena Camila Moreno luego de ver una entrevista de ella, visíta sus páginas:

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