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sábado, 26 de febrero de 2011

Cardenal rojo


     Caminé atravesando el patio a  pasos agigantados. Entré a mi casa y subí corriendo las escaleras. Llegué a mi pieza y corrí el mueble de la televisión para que tapase la puerta y nadie pudiese entrar ¡cómo desearía tener un pestillo!  Me senté en la orilla de la cama mientras me sudaban las manos, no sabía qué hacer.
     Mi mamá siempre me había inculcado que mentir era malo y me castigaba a golpes cuando me pillaba una mentira, lo hacía por mi bien, porque me quiere. Pero soy necia, terca e inmadura y es aquella misma inmadurez la que me llevó a mentirle a mis amigas diciendo que no podría ir a la playa porque era alérgica. Pero fue porque ir a la playa es mucho más que sentarse a disfrutar el sol, es usar poleras con mangas cortas, es sacarse los guantes y mostrar brazos y piernas. Yo no quería eso, no lo quiero ahora tampoco, que muñecas más feas tengo.
      Es la misma inmadurez la que me llevó a decirle a mi mamá que estaba en el colegio estudiando, no debería haber huido, me pilló en el centro de la ciudad y me miró muy feo. Cuando vuelva a casa me golpeará, con su correa enrollada alrededor de sus dedos, lo sé. 
     Me subí un poco la falda y comencé a rasguñarme los muslos, cada vez más fuerte hasta que mi piel se comenzó a poner rosada, luego roja y después con esos puntitos pequeños más rojos aún que le seguían. ¿Y si me escondo? ¿Y si huyo? Alguna amiga me podría recibir en su casa durante la noche hasta que mamá se calme un poco. Desde que tengo uso de razón ha sido muy sobreprotectora conmigo así que verme haciendo ‘cosas que no debo’ son actitudes que ella no tolera. Aunque si no llego a dormir se podría preocupar mucho, no quiero que se angustie. Si me escondo en la casa me buscará hasta encontrarme.
     Me levanté de la cama, corrí el mueble y caminé hasta el baño. Me miré al espejo, se notaba la preocupación en mi rostro. Desearía ser como uno de esos pajaritos que vi ayer en un documental, eran libres y despreocupados, alegres. Cardenales rojos se llamaban. Había uno en particular que me llamó la atención, era rojo, intenso, sangre.
     Si huyo o me escondo, me golpeará más fuerte aún cuando me encuentre. Y al fin y al cabo me lo merezco, no debo mentirle a mamá. ¡Castigo!, sí, eso es lo que merezco, soy la oveja negra de la familia, un desperdicio de esfuerzo y cariño. Muchas veces pienso que no merezco tener a la madre que Dios me dio. No merezco a la mujer que espera por mí en el living de la casa hasta que yo llegue de las fiestas, no merezco los golpes que sólo buscan ayudarme a enderezar mi camino, no merezco sus palabras que me guían por la senda  del Señor orientando mi caminar, ni merezco  que me haga respetar todas sus reglas para que yo no sea una cualquiera. Ella intenta hacerme mejor persona porque no quiere que sufra con este cruel mundo que, tal como ella dice, busca dañarme y herirme. No merezco que ella quiera tenerme siempre a su lado, porque me ama.
      Tomé la rasuradora que estaba junto al cepillo de dientes y comencé a cortarme. La sangre brotó por mi antebrazo izquierdo y se consumó en una gota que colgando de mi codo se liberó y cayó al lavamanos. Cerré mis ojos y alcé mi cabeza, me estaba despejando. Sentir el hormigueo es para mí un pedazo de cielo, pero a la vez es el infierno las huellas que deja. Me tomó unos pequeños cortes para que mi mente se aclarara. Me lavé y sequé el brazo y volví a mi habitación, ésta vez no bloqueé la puerta con el mueble. Me senté a la orilla de la cama mientras miraba mi brazo que seguía expeliendo sangre de a poco.
      Cuando llegue ella dejaré que me golpee, no negaré nada de lo sucedido, le diré la verdad. Quiero enmendar el error, si fuera posible. Pondré la otra mejilla, y la otra, y la otra de nuevo, así aprenderé al fin. Porque sé que lo único que quiere, es que yo sea una mejor persona.

jueves, 24 de febrero de 2011

Dulce marcha, el fuego en tu corazón.


     Me froté las manos, faltaban sólo minutos para que subiera al escenario. Era una noche fría, pero el ambiente era cálido. La gente estaba sentada en mesas de a cuatro personas  y sus sillas apuntaban hacia el escenario, me hubiese gustado que estuvieran parados porque es así cuando sientes el cansancio y prestas atención a todo lo que te rodea, pero de todas formas no hay que dejar de lado la comodidad del público.

     Un joven bien motivado me presenta y me invita a pasar al escenario. Entro por el lado izquierdo y tomo mi guitarra, el público aplaude pero no deberían, aún no toco, pero muchas gracias. Comienzo dedicando mi canción a todos aquellos personajes que creen que pueden comprar personas, cielos, rabia, incluso que pueden comprar un país. Y después de unos segundos de aplausos comienzo con el primer acorde.

     A medida que avanza la melodía cierro mis ojos, giro sobre mi eje, bajo la cabeza, estoy sintiendo cada nota, cada letra. Siento cómo mi voz le llega a los oyentes, y al abrir mis ojos los veo así, pendientes y atentos, como en una especie de transe pero al mismo tiempo se mueven levemente al llegar al coro.

“Farmacéutica, trasatlántica, trasandina
Una vida se apaga porque le estorba
Que no se muera pronto pa’ darle la vacuna
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da si se hace tira
Ellos dicen ser buenos reparten pastillas
Ay que pena que le da pero es mentira.
Quieren millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones, millones, millones,
millones, millones, millones.
Millones de alma en su inmensa cuenta
Millones de casas sobre la selva”.

     Cuando canto algunas de mis canciones desearía tener parlantes enormes y que le llegue a toda mi tierra, que se saquen las vendas que les han puesto en sus ojos, pueblo. Oigan lo que digo, lo que grito ¿No es acaso el sentimiento impregnado en mis letras, suficiente para que llegue a sus almas? ¡Despierta pueblo! Mira a tu alrededor, mira tu tierra, de donde naciste, observa lo que le hacen día a día, lo que le quitan y lo malo que le devuelven. Pienso mientras comienzo a cantar De la tierra.

“Un hombre cae por la bala del gobierno
su voz le reclama que recobre el aliento,
su voz le reclama que recobre el aliento.
Ese hombre es de la tierra, ese hombre es del volcán,
ese hombre es lo que tú nunca tendrás”.

     Entre aplausos hago una pequeña reverencia y me retiro. Detrás de bastidores se me acercan personas  a decirme que les gusta mi música y mi mensaje, y para cualquier cantante, eso es lo más importante y gratificante. Sonrío, me despido y me retiro. Los de mi banda se van cada uno a su hogar, ya habrá otro momento para celebrar.

     Llego a mi departamento, sumamente cansada y me acuesto en mi cama. Así no más, no me quito la ropa, sólo me desabrocho las botas y me recuesto en plena oscuridad. Siento algo dentro de mí, no es algo que quema, pero definitivamente es un calor dentro creo que se me podría pasar al gritar fuerte, pero no quiero que se me pase. De todas formas creo que es algo que se podría salir por mi garganta, pero no es material, es sentimiento ¿Será orgullo? Es probable. Pero más bien creo que podría ser el espíritu mío que ahora sabe, puede provocar un cambio en la gente. No sólo quiero que apoyen mi causa y la causa de todos en palabras, quiero fuerza y lucha por ella. Quiero que todos sigamos un camino, el de la verdad. Y sigo soñando despierta, mientras me voy quedando dormida...


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Texto que escribí  inspirada en la cantante chilena Camila Moreno luego de ver una entrevista de ella, visíta sus páginas: