Powered By Blogger

lunes, 6 de diciembre de 2010

P a r 21


     Tomé su mano y la pegué a mi costado. No cruzo las calles si el semáforo está en rojo, nunca. Cambió de color y cruzamos aún de la mano, pero luego me la soltó con rapidez. No le gusta que tome su mano, creo que caminar a unos centímetros de mí lo hace sentir un tanto independiente. Se ve tan lindo hoy. Lleva unos jeans oscuros y una chaqueta azul marino. Sus ojos chocolatosos miran las vitrinas y a la gente, con soltura, sin miedo alguno. Vamos a una cita con el cardiólogo y se sabe el camino de memoria, incluso se aventura a caminar delante de mí, no sé si es por protegerme o como dije antes, su búsqueda de independencia.
      La próxima semana es el matrimonio de su prima Daniela, y aún no le he comprado una camisa, ni un vestido para mí. Como estamos adelantados en 30 minutos, irnos por un desvío no nos hará mal.
-Leonardo ¡LEONARDO!- grito varias veces pero parece no oírme. Muchas veces he tenido que gritar más de una vez  para que me oiga, porque su hipoacusia de transmisión lo limita auditivamente-. Leonar... nos iremos por otra ruta hoy ¿Te parece? Quiero comprar unas cosas y... no, no te preocupes sí alcanzaremos a llegar a tiempo.
     En la siguiente esquina doblamos hacia la izquierda por indicación mía. Noté enseguida su incomodidad puesto que es una calle por la que jamás había transitado, lo noté porque al doblar se detuvo de golpe pero luego siguió caminando aunque cada cierto tiempo miraba hacia atrás para ver si yo lo seguía. Su incomodidad se tornó en nerviosismo y sus relajadas manos, en puños apretados. No podría yo tener una conexión más intensa e infinita de la que tenemos ahora, él y yo. Puedo sentir el rápido palpitar de su corazón, puedo ver lo que sus ojos ven, puedo oler su temor, puedo sentir lo que siente, pero lo siento el doble. Él no es tonto, al contrario de lo que piensa la mayoría de la gente que, por ignorancia (prefiero creer que es por eso y no por crueldad), lo cataloga o etiqueta en aquella categoría. Él los ve a los ojos y los demás corren la vista rápido, creo que es porque se asustan o por respeto para que Leonardo no se sienta distinto, pero ya es demasiado tarde para eso. También  ha bajado la vista y va mirando el piso, con la cabeza gacha. Ya no camina tan suelto como antes ni mira las vitrinas. Damos la vuelta a la manzana y me pregunta si ya he visto lo que quería comprar, le respondo que no pero que mejor nos devolvamos porque si no, no llegaremos a la hora a la consulta del doctor, obviamente estoy mintiendo porque seguimos adelantados.
     Daría todo lo que tengo porque la gente lo viera como uno más. Nunca he estado de acuerdo con las masas que se sienten cómodas sólo con los que son iguales entre sí, todos pares.  Pero ser distinto (cuando no es por opción), duele. Me duele a mí y más le duele a él, o quizás es al revés. Cuando trato de hablar del tema con Leonardo, lo evade o simplemente se va y comienza a hacer otra cosa, no sé si es porque no sabe cómo expresar aquello que siente o porque no comprende. Realmente desearía que no comprenda todo esto, que él es distinto pero a la vez es el mismo y tiene los mismos derechos que muchos otros más. Él es alguien normal, se despierta de un largo sueño, desayuna, baila, abraza, besa mucho, almuerza, hace tareas, va a una escuela (un tanto distinta, pero va), llora, ríe, me ama y luego se va a dormir. Pero la ignorancia de la gente y el desagrado e incomodidad que le tiene a lo desconocido es algo difícil de cambiar.
     Llegamos a la consulta del cardiólogo y Leonardo relaja todos sus músculos. Nos sentamos a esperar y él me abraza con fuerza. Me hace sentir bien todo su cariño y cierro mis ojos.
     Por suerte yo sé luchar. Doy todo por él y me esfuerzo cada día porque sea la persona más feliz del mundo, dándole lo que cualquier persona de su edad desea. Él me ama, y yo lo amo profundamente para siempre, para siempre. Conozco todas sus facetas, todas sus reacciones en todo momento. Me costó un poco, no voy a negarlo, pero sin embargo yo lo quise desde el momento en que supe de él con todos sus “defectos” y todas sus virtudes. Le agradezco a Dios lo fuerte que soy, lo fuerte que he sido y lo fuerte que seré para seguir viviendo toda mi vida con mi hijo, un niño con síndrome de Down.