Llamó al pequeño al jardín y se acostaron en el pasto mirando el cielo nublado. Martín sugirió buscar nubes con formas divertidas, pero Roberto le contestó que al ser un día repleto de nubes sería muy difícil encontrar una que se diferenciara del montón, a lo que el primero respondió “Lo tomaré como un desafío”.
Luego de un buen tiempo el mayor replicó:
-Tenemos que hablar de algo muy importante
Y Martín, sentándose con somnolencia sobre sus piernas respondió:
-Claro papá, te escucho
Martín era un pequeño de 10 años, pero aún así era muy maduro para su edad. A punta de soledad debido al extenuante trabajo de sus padres, pasaba mucho tiempo en casa con la nana, Isabel, que no hacía más que planchar, lavar, cocinar, limpiar, y esas cosas que hacen las criadas del hogar, pero jamás hablaba con Martín, le tenía un respeto que parecía más miedo. Llegaba temprano del colegio y después de terminar las tareas se sentaba a jugar con sus autos de carreras marca Hot Wheels, en la escalera y de vez en cuando salía al patio. No tenía muchos amigos, pues vivía en una pequeña parcela a media hora del resto de la ciudad y del resto de los vecinos.
Últimamente los tiempos habían sido duros en casa. Isabel había cogido un virus extraño del que hablaban en la televisión todos los días, así que desde hace un mes estaba ausente. Sus padres peleaban cada vez que se encontraban en el hogar. Antes solían preocuparse de que el pequeño no escuchase sus problemas, pero ahora no les importaba sacarse en cara los problemas del banco, las deudas, los espacios, las amigas, los amigos, la secretaria, el primo y todos los defectos y preocupaciones, en plena mesa durante la once o el almuerzo.
Martín con inocencia pensaba que sus padres aún se amaban, y quizás si él se portaba bien les evitaría una disputa cada semana. Pero no era así, aunque hiciera las tareas y no hablara durante todo el día, de todas formas escuchaba su nombre salir de la boca de alguno de sus progenitores, pero jamás escuchaba qué venía después de él, pero alguien siempre terminaba llorando.
Aquella tarde de Agosto, Roberto le contó:
- - Hijo, presta mucha antención e intenta comprender-inhaló hondo y comenzó-. Tu mamá y yo, como has notado, peleamos mucho y es porque no podemos solucionar juntos los problemas que se nos cruzan en el camino. Por lo cual yo tendré que mudarme. Hoy mismo parto a Calama a trabajar en la minería. Tú deberás quedarte con tu mamá, porque eres un pequeño hombrecito, después crecerás, y tú deberás cuidarla a ella. Nos veremos cada vez que pueda viajar a visitarte, pero puedes escribirme todas las veces que quieras por correo, le pides a tu madre ayuda para enviarlo.
-Nos... Abandonarás?- preguntó intentando comprender-.
-No Martin, no ¿Cómo puedes siquiera pensar eso, hijo? Sólo iré a trabajar al norte del país pero seguiré siendo tu padre, que no viva contigo no significará que deje de serlo. Por eso estoy aquí, para explicarte cuánto te amo y que aquello no cambiará aunque nos separen 12.000 Km.
-Está bien
-Pero recuerda, por sobre todas las cosas, ser un buen chico. Recuerda que la vida es muy bonita y que siempre hijo, escúchame bien, siempre puedes hacer un cambio en ella, que siempre le podrás encontrar un lado positivo, y que siempre habrá una luz que brillará cuando estés abierto a buscarla y hagas algo por merecértela. No te ha faltado, no te falta, ni te faltará comida, ni ropa, ni juguetes, pero debes saber valorar eso día a día, aunque es poco probable, podrías llegar a perderlo. Quiere a la gente y confía en ella, y si te fallan dales otra oportunidad, porque somos todos seres humanos y podemos equivocarnos, mientras sean errores y no maldades, tenemos todos derecho a ser perdonados. Lo que más lejos te llevará es el amor Martincito, el amor hacia tu familia, tus amigos, tus profesores, tus tíos, pero sobre todo, el amor hacia ti mismo, porque te dará la confianza para arriesgarte por aquello que deseas, te dará la fuerza y ayudará a que no flaquees en tus debilidades. Recuerda estas cosas hijo, son esenciales en tu vida, de aquí en adelante deberás aprender a aplicarlas día a día, y yo no estaré aquí para recordártelas, por lo que las debes haber entendido hoy.
-Sí pá
Se abrazaron fuertemente y Roberto comenzó a llorar. Le daba pena el pensar que su hijo no se desarrollaría como todo niño, con dos padres que se aman, con una familia feliz y común. Ni siquiera tenía algún hermanito con el cual compartir juegos, penas y risas. Pero era demasiado tarde para darle un hermano. Ya se acerca la hora de partida pero las lágrimas y el pecho apretado, el estómago contraído y las manos sudorosas no le permiten despegarse de su primogénito.
Se imaginó a su hijo llorando en la pieza, sintiéndose solo. Se lo imaginó despertando en la noche de una pesadilla, asustado, con miedo y no poder estar ahí para consolarlo y acariciarle el cabello hasta que volviese a dormir. Ya no lo iría a buscar al colegio a la 1, comprarle un Kapo antes de partir a casa y preguntarle cómo le había ido. No vería cada mañana sus ojos hinchados por el sueño y desayunando leche con Chocapic. No vería día a día sus ojos brillantes que sonreían junto con las margaritas de sus mejillas. Pero era una decisión ya tomada, y al fin y al cabo, lo mejor que podía darle a su hijo en ese momento, era un hogar con tranquilidad y un sustento económico para que no tuviese carencias.
Besó a Martín en la frente y lo llevó dentro de la casa, a su pieza. Buscó en su cajón un sobre amarillento del cual sacó una fotografía impresa dos veces en la cual salían los dos juntos una vez en verano en que habían lavado el auto con la manguera del jardín. Le dio una y guardó la otra en el bolsillo de su chaqueta.
-Adiós pequeño hombrecito
-Papá, papá!- gritó Martín persiguiéndolo por el pasillo- vi una nube por la ventana, tenía forma de cachorrito de león, será el cachorrito que nos cuide
-Pero hijo, aquí no hay leones
Roberto volvió a quebrarse, pero prefirió aguantar un poco más, no debía mostrar dolor frente al pequeño, se suponía que le daría la alegría de saber los secretos de la vida:
-Te amo con todo mi corazón
-Yo te amo más papá
Y Roberto marchó. Martín fue a la cocina, tomó un vaso de leche con chocolate. Y cuando volvió a su pieza, lloró hasta quedarse dormido.